Planes Pasados para el Futuro



Llegó el 31. Llegó y ya pasó. Fue la hora de seguir las tradiciones de buena suerte y prosperidad. La vuelta a la cuadra con la maleta, comimos uvas, estrenamos ropa y calzones amarillos dependiendo de los deseos para el año nuevo.
 
Algunos pasaron anónimos entre la multitud de las fiestas y parrandas. Otros en los balcones con sus familiares y amigos – aunque a veces tengamos nuestros conflictos -, otros en compañía apenas de si mismos, en medio del río lanzando la atarraya y viendo las estrellas.
 
Los que pudieron, pasaron el año nuevo en un restaurante chic de un hotel aún más chic, deleitándose con la suavidad de dos copas de champagne. Otros pasaron en el bar de Chico muy lejos de cualquier hotel, celebrando con gaseosa o pola helada.

Traducido del portugués por Jorge Cardona

 
Hubo fiesta amenizada por orquestas, también por carrangueras, por Beatles Forever, Grupo Niche y por Jairo Varela. En el mar y en la tierra. Alrededor de un faisán, de un pavo, o hasta únicamente de una alita de pollo.
 
En fin, tuvo de todo. Pero todas las diferencias acaban cuando hablamos de propósitos. Billionarios, millonarios, ricos, nuevos ricachones, estratos 5, 4, 3, 2, 1, 0, -1, clase turística y económica. Numerada, oriental, silla del parque. Todos nosotros y nosotros todos. Todo el mundo. O casi todo el mundo, hizo planes, promesas y propósitos para el Año Nuevo.
 
Promesas que siempre comienzan con la memorable frase “ En el año que viene voy a …” seguida de: parar de fumar, perder un millón de kilos, aprender a hablar inglés, aprender a hablar español, cuidar más de la salud, trabajar menos, ser más feliz, ganar más dinero, gastar menos dinero, llamar a mi madre, recordar que mi madre existe… y por ahí va.
 
Lo que todo mundo sabe es que la cosa no va. No va para nada. Basta con recordar las promesas del 31 de diciembre de 2006.
 
- Recordar? Recordar qué?
- De las promesas del 31 de diciembre de 2006.
- Cómo? Ni me acuerdo de lo que comí ayer a la hora del almuerzo!
 
Es el síndrome del “Año que viene yo voy. Y no va. Y no fue”.
 
Quien necesita de un año nuevo para cambiar, no cambia. Dice que va a cambiar pero no cambia.
 
Quien dijo que iba a adelgazar en el año que viene y llenó el plato el día 31 “solo por la última vez antes volverse flaco” entra al año nuevo con una indigestión y mucho más. Sí, 2 kilos de más. Después dice que va a iniciar el martes, pero no comienza ni el miércoles, ni nunca.
 
Quien dijo que iba a dejar de fumar, pero en la mañana del primero se despierta desesperado para fumar el último cigarrillo, acaba con el paquete y con la caja que dejó en el armario de la cocina y después se va a pasar la semana yendo de media en media hora a la tienda a comprar solo una cajetilla más…solo una cajetilla más.
 
En fin, quien ya comienza postergando todo para el día 2 porque el día primero todavía es año pasado, va a dejar para el regreso de las vacaciones, luego para después del carnaval, luego para después de Semana Santa…el día de los niños, para finalmente decidir que mejor será dejarlo para el año que viene.
 
No se rían, no se rían. Todos somos así. Las llamadas de reconciliación quedan para mañana pues hoy el costo es muy alto. Ir allá también es muy lejos, el desvío de la ruta también es muy grande para pasar en la casa de él, en la de ella, en la de mi madre, en la de aquel amigo, mucho menos en la del ex – amigo.
 
Y así, es así que camina la humanidad, dice Lulú Santos, con pasos de hormiga y sin voluntad. Sobran los planes y promesas. Sobran las disculpas. Solo no sobra una cosa. No sobra voluntad. Solo esto. No falta tiempo, no faltan planes, no faltan promesas. Solo falta voluntad.
 
Si no es apenas falta de voluntad pregúntele a su amigo que en el año pasado perdió 10kg, comenzó a andar y después a andar más, después a correr, a levantarse más temprano, a dormir más temprano, dejó de comer grasa, calorías, carne roja, dejó de fumar y corrió la media maratón de Bogotá cuando hace un año no conseguía amarrarse el zapato sin ayuda de una bala de oxígeno.
 
Pues sí. En las organizaciones también llegó la hora de las promesas, corporativamente llamadas reuniones de planeación estratégica. Sesiones en las cuales primero revisamos lo que fue planeado para el año pasado contra lo que ocurrió realmente en el año pasado.
 
Sesiones en las que la coyuntura será la mayor responsable por el desajuste entre lo planeado y lo real. El dollar se valorizó demasiado. Los intereses muy altos. La crisis inmobiliaria de los Estados Unidos desanimó el mercado. La mariposa de la selva amazónica batió sus alas. La competencia fue muy fuerte. El mercado estuvo prácticamente parado. Nuestro producto, muy caro. Los márgenes muy bajitos. Los plazos muy apretados. Los clientes muy exigentes.
 
Situación que me lleva a algunas conjeturas:
 
No fueron exactamente estas, o casi estas, las disculpas que dimos en el año pasado, en el antepasado, y en el otro, y el otro, y así hasta la primera sesión de planeación estratégica, justo después del Diluvio Universal?
 
No es exactamente para enfrentar los desafíos y las dificultades y explorar posibilidades y oportunidades que hacemos la planeación?
 
Por qué el error de la planeación es siempre la realidad y nunca el plan? Por qué el problema es siempre las circunstancias externas y nunca las internas? Siempre del plan y nunca de quien elaboró el plan, ni de como planeamos?

Por qué no planeamos el año que viene, por lo menos en septiembre de este año en vez de febrero o marzo del año que viene y perdemos 3 meses en vez de ganarlos?
 
Por que no revisamos el plan ahora, en el comienzo de este año, cuando ya está en cuidados intensivos? Solo cuando ya colgó los guallos en vez de verificarle el pulso diariamente?
 
En fin, por qué repetiremos en este año los mismos errores que venimos cometiendo todos estos años?
 
Cuales serán?
 
Primero el peor de todos: No planeamos.
 
No planeamos porque es mucho trabajo. Demanda mucho esfuerzo y no tenemos tiempo para desperdiciarlo en esto.
 
Felicidades! Descubrimos una metodología mucho más eficiente de administrar el negocio. Irlo llevando de acuerdo como el viento sopla, tomando decisiones aceleradas e inmediatistas, vendiendo el almuerzo para comprar la comida. Disparando para todo lado. Contando con la suerte. Prendiendo velas para el santo para cerrar aquel contrato porque de lo contrario estamos fritos. Optar por arriesgar todo al 17 rojo. Una barraquera! Para al final descubrir que hubo un mundo de esfuerzos y recursos desperdiciados en canoas rotas y que se perdió las mejores oportunidades mientras gastábamos tiempo mirando para el lado equivocado.
 
No planeamos por creer que planear no sirve para nada, al final todas las veces que planeamos nada de lo que planeamos se realizó.
 
Felicidades! Descubrimos algunos excelentes ejemplos de lo que es planear mal o equivocado y que está mal. Lo mejor ahora es no culpar la disciplina de planear y planear correctamente.
 
No planeamos porque la realidad es terca en no obedecer a nuestro plan.
 
Felicidades! Acabamos de descubrir que la planeación no determina la realidad. Apenas procura interpretarla. Anticipar tendencias. Crear escenarios. Si escenarios. Varias posibilidades. Desde las super-hiper-mega-optimistas de crecimientos del 1.237%, y también las más realistas de crecimientos menores así como las que consideran la estancación y hasta una caída por la loma sin frenos con una agresiva reducción de los ingresos y/o los márgenes.
 
Segundo. Resolvemos determinar la realidad, el mercado, la actuación de la competencia y las reacciones del cliente.
 
Subestimamos la competencia. Decimos que vamos a conquistar una franja del mercado, una bien grande preferiblemente, olvidando que nuestra competencia también está planeando la conquista de la misma franja, o aún, de franjas mayores. La nuestra inclusive.
 
Superestimamos nuestras fuerzas y el mercado. Determinamos que creceremos 30% cuando nunca, nunquita, crecimos ni el 10 y nuestro mercado no va a crecer ni el 5%.
 
Ignoramos nuestras debilidades crónicas. Marketing va a continuar sin hablar con ventas, ambos sin integración con producción, que tampoco habla con logística.
 
Ignoramos el cliente. No hablamos con él, no le preguntamos lo que quiere. Y si preguntamos, no oímos. Y si oímos, no le creemos. Y si le creemos, no le respondemos. Al final, el cliente nunca sabe lo que necesita. Nosotros somos los que sabemos. Sabemos todo, lo que él quiere, como lo quiere, cuanto vamos a cobrar y lo feliz que va a quedar solo por pagarnos para garantizar nuestros márgenes y mis bonos al final del año.
 
Tercero. Ignoramos las voces de quien sabe para oír apenas las nuestras.
 
Contratamos high potentials, llenamos la empresa de MBAs, reunimos decenas, centenas, tal vez millares de cabezas pensantes enfrentando la realidad del día a día en el día a día y aún sumamos otras tantas en un call center que oye el resultado de nuestras “maravillosas estrategias” el día entero el año entero. Pero a la hora de planear nos reunimos nosotros cinco. Los iluminados. Los que saben todo, que conocen todo. Los mismos que se equivocaron en todo el año pasado.
 
En fin, queda muy claro que falta una buena planeación. Realizada con una metodología eficiente, con oídos atentos a las voces externas e internas, con los ojos abiertos a la realidad, con una visión coherente de quienes somos, en que mercado actuamos, cuales son nuestras fuerzas y nuestras debilidades, nuestras amenazas y nuestras oportunidades – una simple DOFA.
 
Una planeación que nos indique caminos, alternativas, pero que no esté impresa en mármol al punto de tornarse un ancla que nos impida cambiar de rumbo y aprovechar las oportunidades no previstas o desviarnos de icebergs por el camino. Un buen plan que sea más una brújula que un mapa.
 
Pero además de todo esto, falta voluntad.
 
Al final, quien tiene voluntad también planea. Y también se levanta temprano todos los días y va a la lucha.
 
Va a la lucha y transforma sus planes en realidad.
Autor: Eduardo Cupaiolo


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